lunes, 11 de noviembre de 2013

UN ESCALOFRIANTE PASEO

Nos juntamos, como de costumbre, un par de amigos para ir a pasear. Esta noche cambiamos nuestro itinerario. En lugar de ir por el paseo que bordea el río decidimos dar un paseo por los alrededores del pueblo. Al pasar por el lado del cementerio parroquial observamos que las campanas no estaban en el campanario, que las macetas y flores estaban tiradas por el suelo, las lápidas estaban movidas. Decidimos entrar para ver que estaba pasando De pronto sentimos una fuerza muy rara que nos empujaba. No se veía a nadie. De repente comenzaron a aparecer cadáveres por todas partes. Unos estaban sin cabeza tirados en los pasillos, otros asomaban sus cabezas ensangrentadas por las esquinas de los nichos, otros venían hacia nosotros y en sus manos traían guadañas, moto sierras y hoces. 
Los ataúdes estaban vacíos. Junto a ellos vísceras y sangre y un montón de arañas, ratas y serpientes haciendo su agosto. Las caras de los muertos tenían clavados cristales. Estaban en su mayoría comidos por la enorme cantidad de depredadores que allí había. Algunos no tenían ojos, otros en las órbitas oculares tenían nidos de avispas y mosquitos. En la sangre de los difuntos nadaban libélulas, cucarachas y moscas.
Estábamos amedrentados cuando, en medio del silencio que había, se oyó un ruido muy fuerte, las lápidas rompieron en trozos minúsculos y el suelo crujía y se resquebrajaba. Se oían voces que llegaban del interior de las tumbas. Aparecían en las lápidas dibujos que parecían lágrimas de sangre como si estuviese la piedra llorando a los que ya no estaban. Las letras que
componen los nombres de los difuntos desaparecían. Los muertos nos arrastraban. Estábamos tan muertas como ellos, pero de miedo. Comenzó a soplar un viento muy fuerte y se oían risas. Los cadáveres se acercaban a nosotros comiendo las vísceras de otros como ellos. Algunos tenían tijeras, otros, hoces. De pronto una gran tormenta iluminó aquel lugar y nos arrastró para dentro de un nicho. La soledad, la humedad y el silencio de aquel sitio eran escalofriantes. El no saber porque estaba pasando todo aquello nos tenía aterrorizados. Todo era muy frío y oscuro. Sólo los rayos dejaban ver aquel paisaje terrorífico y desolador donde fuimos a parar: pies
que caminaban solos, manos que hacían sonar sierras, pulmones que hacían de globos para jugar. ¿Qué nos está pasando? No volveremos a pasear por este sitio nunca más. La tormenta en vez de calmarse cada vez era mayor. No sabemos cómo pero nos quedamos dormidos en el interior de los nichos a donde fuéramos arrastrados. Dormimos poco tiempo, debieron ser unos
pocos minutos. Cuando despertamos, la tormenta había cesado, el suelo estaba bien como siempre, los ataúdes estaban en su sitio y las flores estaban colocadas. Las campanas tocaban ya en el campanario. Los cuervos croaban sin parar. Las letras volvían a componer los nombres de los difuntos allí enterrados. De repente un rayo enciende una luz muy grande y en el cielo se podía leer una frase que decía: “Hasta el próximo Samaín no entenderéis nada”.
Con mucho miedo en el cuerpo decidimos volver a casa. Por suerte podíamos contarlo. Estamos ansiosos y a la vez temerosos porque llegue el próximo Samaín.
Alberto Nóvoa González (5ºcurso)